Como casi siempre, al descubrirse, el desnudo y la desnuda se asombran de sus desnudeces. Como casi siempre, éstas son mejores que las de la memoria. Por supuesto son jóvenes. Él es el primero en quebrar el encantamiento y la inercia. Sus manos se ahuecan para buscar y encontrar los pechos de ella, que al mero contacto lucen se renuevan. Entonces, acariciando persuasivamente entre el índice y el pulgar, él dice o piensa: " No es que carezca de sentido de culpa, pero la verdad es que no me atormento. Las sensaciones llegan y se van, no son aves migratoria, y cuando vuelven, si vuelven, ya no son las mismas. Se fueron frescas, espontáneas, recién nacidas, y regresan maduras, inevitablemente programadas. Entonces, ¿a qué ahogarse en el deber? El deber, al igual que el dolor (¿o será otra filial del dolor?) es un cepo. Estoy hay que saberlo de una vez para siempre, si queremos que su gesto amargo, rencoroso, no nos sorprenda o nos fustre"
lo copie del blog: http://cosasdeotros.blogspot.com/2006/04