Veo como pasan los días, como las horas se llenan de gotas de lluvia que el tiempo deja caer, suavemente, sin prisa, sabiendo que al tren todavía le quedan estaciones por pasar.

    Y un día te paras en seco, dejando que las ruedas se mezclen con el asfalto. Preguntándote si la ruta que has elegido es la adecuada. Si las palabras, cómplices ahora, son las apropiadas en cada momento. O si para llegar a la meta es necesario pisar un pequeño batallón de hormigas, que luchan contra ti, contra el viento de cara en un desierto de aguas oscuras.

    Y en este punto del viaje, es cuando te das cuenta que ya no importa dar marcha atrás, que un retroceso es avanzar en otra dirección. Y empiezas a valorar al actor principal de tu obra: protegiéndolo de miradas no más profundas, sino penetrantes; recubriendo tus sentimientos con trocitos de hielo, que la luna ha ido descolgando por su escalera de metal. A escondidas del sol. Sin más testigo que el del ruido de las olas deshaciendo la arena.
    Construyes un corazón capaz de resistir fuertes tormentas, pero ante la mínima brisa de aire, es capaz de caer al suelo, rompiéndose en fragmentos de odio, rencor y orgullo.