Barcelona, 28 de febrero de 1968
Querido amigo,
El pasado 20 de febrero leí la nota que insertaste en “Libertin”, creo por lo que de ella se desprende que quizás podríamos intentar hacer algún ejercicio de acercamiento que nos llevase a conocer secretos de nuestra profunda y misteriosa sexualidad.
Pasadas las primeras urgencias sexuales de la adolescencia, empecé a considerar el amor como la más osada de las lecturas. Lecturas lentas que permiten rastrear cada rincón del cuerpo deseado como si de un libro de poesía o una novela de intriga se tratase, encontrar rincones inexplorados, miradas que incitan a una mutua complicidad en el descubrimiento de recónditos lugares, quizás nunca explorados ni acariciados por anteriores oteadores, que por sus urgencias no tuvieron tiempo para deleitarse en las posibilidades de lecturas ocultas en los pliegues de cualquier rincón del cuerpo deseado.
Creo que de conocernos, primero en la intimidad de algún jardín, podríamos ir desgranando lentamente los poemas que nuestros respectivos cuerpos pueden ofrecernos, y quizás una profunda comprensión de nuestras lecturas nos llevaría a transgresiones impensables que saciasen nuestra ardiente juventud.
El próximo martes, en el tercer banco de la izquierda del paseo que rodea el musgoso estanque de los jardines de la Villa Amelia, justo debajo de un castaño, te estaré esperando. Llevaré mi vestido verde esperanza, lo prefiero por su sugerente color. Mi cabello es negro y lacio. Mi piel es cálida. Mis labios carnosos. Mis ojos negros. Mis pechos redondos y turgentes. Entre mis manos, encima de mi regazo reposará el libro de Milan Kundera -“La insoportable levedad del ser”, quizás finja entretenerme hojeándolo. Tu podrás jugar con ventaja, al pasar por enfrente empezarás ya a hojearme sin que yo lo perciba. Si te parece atrayente lo que ves entre líneas, te sientas a mi lado y me comentas: “el color de tu vestido me sugiere el preludio de excitantes lecturas”. Yo sabré que eres tú y sin decir palabra empezaré a hojearte, ten paciencia, lo haré lentamente, te escudriñaré en silencio. Tu ardiente juventud tendrá que aguardar.
Si nuestras respectivas prelecturas nos parecen preludios de sugerentes encuentros, podemos citarnos, ya no en un lugar público como estos deliciosos jardines, sino en ocultos y cálidos rincones que nos permitan leer o escribir poemas en los pliegues más recónditos de nuestra piel, que podamos descubrir poesías con rimas inéditas, encontrar dobleces escondidas, laberintos donde perderse, cálidas oscuridades, destrozar timideces de nuestros cuerpos expectantes, y un largo etcétera de incitantes posibilidades. Y si estimulados por nuestras caricias y la poesía de nuestros sentidos llegáramos, como sugieres en la Ref. 054, juntos al cielo, quizás prodríamos aprender a releernos como hacemos con algunos de los libros que con codicia guardamos en las estanterías de nuestra biblioteca, y nos duele prestarlos a algún amigo.
No te olvides, el martes 28, a las tres de la tarde, en el banco, bajo el castaño, a la izquierda del estanque musgoso y lleno de nenúfares de los jardines de la Villa Amèlia.
Lectora incansable,
Lídia Sender 1/4/97








